Microproyectos que crean una revolución en salud desde lo pequeño
Donde las respuestas tardan en llegar, la comunidad actúa. Muchos de sus proyectos lograron tener un alcance de gran relevancia.

Las políticas públicas suelen dejar por fuera a diversos grupos poblacionales, ya sea por la falta de infraestructura o por prioridades. Pero allí también deben llegar respuestas. Son los microproyectos de salud que comienzan a tener gran relevancia en este escenario, donde las demandas son diversas.
Se tratan de pequeños proyectos impulsados por comunidades, fundaciones o colectivos locales que con los escasos recursos que se tienen están logrando lo que grandes programas no siempre consiguen como sanar, acompañar y devolver dignidad.
En villas, barrios populares y comunidades rurales, estos proyectos son sinónimo de esperanza, siendo que los vecinos y organizaciones comunitarias diseñan soluciones adaptadas a sus realidades, sostenibles en el tiempo y profundamente humanas.
Sin embargo, estos proyectos no buscan reemplazar las estructuras públicas, sino demostrar que la salud comunitaria puede nacer desde abajo, desde la escucha y la empatía para dar aquellas respuestas que las demandas requieren.
La comunidad, sus conocimientos y proyectos
Los microproyectos suelen tener presupuestos chicos, pero logra tener un fuerte impacto. El programa “Salud al paso”, en Lima, es uno de los casos donde enfermeras y promotores recorren los mercados populares brindando servicios médicos como chequeos de presión arterial y glucosa gratuitos.
Lo que comenzó como una iniciativa barrial con una mesa plegable y un tensiómetro, hoy se realiza en más de 20 zonas de la ciudad, con el fin de llevar la atención donde está la gente, sin barreras ni burocracia.
En Rosario, Argentina, el colectivo “Médicos del Andén” surgió con un grupo de profesionales que colocó un puesto de salud improvisado en una estación de tren y allí es donde atienden a personas en situación de calle, ofreciendo controles, curaciones y acompañamiento psicológico.
Lo que parecía una mínima acción se convirtió en una red articulada con comedores, organizaciones religiosas y centros de día.
En estos dos casos, y en muchos existentes en la actualidad, la particularidad de estos microproyectos es su capacidad para combinar conocimiento médico con sabiduría local.
En gran parte de estos microproyectos es fundamental contar con el apoyo de donantes individuales o fundaciones privadas. Organizaciones como la Fundación Arcor, Ashoka o la Fundación Avina realizaron pequeñas inversiones, financiando la etapa inicial de proyectos comunitarios, siendo que estas entidades actúan como base de innovación social en salud.
De esta forma, en lugar de dar grandes sumas, distribuyen recursos en iniciativas de bajo costo pero alto potencial de replicabilidad. Esta lógica diversifica las soluciones, pero también empodera a las comunidades para apropiarse de su propio presente sanitario.
En la localidad bonaerense de Moreno un grupo de mujeres formadas en salud comunitaria creó el proyecto “Cuidar en casa”, con el que capacitan a vecinas para atender a personas mayores solas. Con un capital de 5.000 dólares iniciales, lograron formar 40 cuidadoras y acompañar a más de 150 adultos mayores, y continúa en desarrollo.
En Bolivia, “Parteras del viento” recupera el rol ancestral de las comadronas, capacitándolas en prácticas seguras de parto y primeros auxilios neonatales. Fue financiado por una fundación privada y apoyado por centros de salud rurales, y se logró reducir las complicaciones obstétricas en zonas de difícil acceso.
Lo cierto es que en algunos casos la innovación no siempre proviene de laboratorios o startups tecnológicas. Y esto se visualiza en los escenarios donde hay vulnerabilidad, porque allí innovar es improvisar con ingenio.
“Botiquín solar” es un ejemplo, tratándose de una herramienta desarrollada por estudiantes de ingeniería en Oaxaca, México, siendo una caja de primeros auxilios que, gracias a un panel solar integrado, mantiene refrigeradas vacunas y medicamentos básicos.
Su uso se expandió a comunidades sin electricidad, donde los cortes de energía eran un obstáculo para la conservación de insumos.
“Agua que cura”, es otro caso paradigmático, siendo que es utilizado en zonas rurales del nordeste brasileño, que combina la construcción de cisternas con talleres de higiene y prevención de enfermedades gastrointestinales. Su aplicación logró reducir en un 60% los casos de diarrea infantil en menos de un año.
Estos casos dejan en evidencia que cuando la comunidad participa en la definición del problema y en la búsqueda de la solución, la salud deja de ser menos inalcanzable.
Cada microproyecto exitoso comparte un elemento común que es el trabajo en red, ya sea con organizaciones religiosas, cooperativas, clubes de barrio o asociaciones vecinales, la colaboración incide en el impacto. En muchos casos, los proyectos comienzan como intervenciones puntuales y terminan siendo integrada a políticas públicas.
Sin embargo, los microproyectos no reemplazan los grandes sistemas, pero los complementan con humanidad y con el conocimiento de estar en el territorio, dejando en evidencia que hay que estar involucrados para dar respuestas certeras, que muchas veces cruzan límites y se expanden a otros territorios.

