Personas trabajando en conjunto en una huerta comunitaria, cultivando vegetales en un entorno urbano con herramientas de mano.
23, Oct 2025
Huertas comunitarias ante el hambre y la mejora de la nutrición infantil

Ante la necesidad de contar con alimentos saludables en la dieta de las comunidades durante la niñez, diversos proyectos comunitarios responden a las demandas. Un punteo sobre su funcionamiento

En barrios y comunidades donde el acceso a alimentos frescos y nutritivos es escaso debido a las falencias económicas, surgen respuestas comunitarias para asegurar un plato de comida. Con ayuda de privados y donaciones comunitarias, se comienzan a dar respuestas inmediatas para cubrir la necesidad básica. 

Las huertas comunitarias, impulsadas por organizaciones no gubernamentales, fundaciones y vecinos comprometidos, es una de las estructuras que se convirtió en una herramienta para combatir esta gran problemática, combatiendo desnutrición infantil y fomentando hábitos alimentarios saludables desde la infancia.

Huertas comunitarias, de la solidaridad a la respuesta alimentaria 

Lejos de depender de políticas públicas o programas estatales, estas huertas comunitarias se convirtieron en un modelo de salud pública alternativa. Son lugares naturales en los cuales donación local tiene resultados directos con la cosecha de frutas, verduras y hortalizas, siendo productos accesibles para todas aquellas las familias que no están en condiciones económicas para acceder a estos alimentos disponibles en el mercado.

Pero además de mejorar la calidad de alimentos de los niños y adultos, estos proyectos  generan conciencia sobre la alimentación saludable, promueven la educación ambiental y fortalecen el tejido social de las comunidades, cuestiones cruciales para la salud y bienestar. 

En Villa Esperanza, en Buenos Aires,  vecinos se organizaron con una fundación privada y lograron convertir un terreno baldío en una huerta comunitaria, con el objetivo de ofrecer alimentos frescos. 

Semanalmente, los voluntarios cosechan verduras y frutas que  distribuyen entre las familias de la zona, complementando las raciones escolares y ayudando a que los niños reciban una alimentación más variada y balanceada.

Pero el impacto de estas huertas va más allá de obtener alimentos, que es crucial, pero  también implica otros aspectos. Un estudio de la Fundación Huertas Urbanas, señala que los niños que participan en actividades de cultivo muestran un mayor conocimiento sobre nutrición y se abren a poder  consumir alimentos que antes evitaban, como sucede con muchos menores que se niegan a explorar nuevos sabores.

De esta forma, se deja en evidencia que el aprendizaje con la práctica sobre la alimentación saludable y el acceso directo a productos frescos, puede transformar hábitos de consumo, siendo un efecto de este tipo de modelo.

En cuestión de nutrición, los beneficios son claros ya que la Organización Mundial de la Salud (OMS) indica que la deficiencia de micronutrientes y la falta de frutas y verduras en la dieta infantil contribuyen a problemas de desarrollo físico y cognitivo. 

Las huertas comunitarias responden a esta problemática de manera directa y sostenible, generando brindando  alimentos ricos en vitaminas y minerales esenciales. También, se cuentan con talleres de cocina saludable, donde los niños aprenden a preparar platos nutritivos con los productos disponibles, lo que se trata de un plus al hablar de cuidar la nutrición. 

El financiamiento de estas huertas proviene en gran parte de donaciones privadas, lo que evidencia un cambio de paradigma en lo que corresponde a la salud pública. Empresas locales, fundaciones filantrópicas y ciudadanos comprometidos aportan recursos económicos, semillas, herramientas y voluntariado. 

Además, este modelo reduce la dependencia de la acción estatal y permite respuestas más rápidas y adaptadas a las necesidades concretas de cada comunidad.

También, participar en la plantación, cuidado y cosecha de los cultivos fomenta valores como la cooperación, la responsabilidad y el respeto por el medio ambiente. 

Niños y adolescentes aprenden a valorar el trabajo colectivo, a entender el origen de los alimentos y a reconocer la importancia de cuidar los recursos naturales. 

En barrios donde el acceso a espacios verdes es limitado, estas huertas se convierten en un lugar de encuentro seguro y educativo, contribuyendo también al desarrollo emocional y social de los menores.

Respecto al resultado económico de este tipo de proyectos, también es un impacto positivo ya que al reducir la necesidad de comprar frutas y verduras, las familias destinan recursos a otros gastos esenciales, como educación y salud.  

Al mismo tiempo, se generan oportunidades de empleo local, con programas de capacitación en agricultura urbana o de actividades relacionadas con la logística y distribución de los alimentos cosechados. 

Así, la huerta comunitaria funciona como una estructura amplia que mejora la nutrición, fomenta la educación y genera ingresos en la economía local.

En Rosario, una organización sin fines de lucro impulsa huertas escolares con participación de los estudiantes, quienes también reciben educación a través de talleres sobre higiene y cuidado de la salud. 

En Mendoza, un proyecto apoyado por donantes privados reparte semillas y herramientas a familias en situación de  vulnerable y de esta forma impulsa  la creación de huertas familiares y comunitarias que complementan la dieta de los niños. 

Estos proyectos muestran que la filantropía y las donaciones privadas en la agricultura urbana y comunitaria se vuelve una herramienta efectiva para mejorar la nutrición infantil en distintos contextos.

La combinación de instrumentos para generar una estructura alimenticia en comunidades, además de brindar respuestas ante necesidades básicas, tienen gran impacto en la noción de nutrición y su importancia para el desarrollo humano.

 

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